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17.6.08

Los Adoradores de las Simples Cosas

La malograda Oleada de Sensiblería Masculina desprestigió a la Asociación Caminos Escabrosos y la arrastró a su desaparición, más allá de que sus miembros ya habían considerado necesaria su disolución al advertir que ellos mismos habían incurrido en algunas vulgaridades en su lucha contra los pelafustanes.
Los poetas que se juntaban los viernes en el café Las Puertas del Averno también cayeron en desgracia tras la Oleada y, a poco de disolverse la Asociación Caminos Escabrosos, dejaron de frecuentarse. Al final, el café cerró sus puertas, también desprestigiado por albergar a estos excéntricos personajes.
Igual suerte corrió el bar del escéptico Miguel Méndez Mendíaz, donde los hombres despechados de la Asociación solían sostener acaloradas discusiones con otros parroquianos, cuando todos estaban ya sumergidos en ese estado al que empuja el vino tinto y en el que gobierna la impertinencia. Testigo mudo de esos encendidos debates, el bar es hoy un cibercafé, al que concurren solitarios internautas dispuestos a convertirse en amantes secretos a través del chat.
En ese contexto, una nueva asociación irrumpió en escena: los Adoradores de las Simples Cosas. Uno de sus impulsores fue el profesor José Luis Gómez Sierra, quien, de acuerdo con algunos testimonios, incurrió en esta apostasía influenciado por el director de la Academia de Artes Pedantes, Roberto Salaberry, un ferviente admirador del escritor Felipe Varela y enemigo declarado de Santiago Morante.
Lo de Gómez Sierra turbó el espíritu noble de quienes integraron la Asociación Caminos Escabrosos y el grupo literario La Vida es una Herida Absurda, al punto que el término “gomeserrista” llegó a instaurarse como sinónimo de tránsfuga y apóstata.
La presentación de la Asociación de los Adoradores de las Simples Cosas formó parte de las actividades de la Feria del Libro y Otras Artesanías, un encuentro anual impulsado por el Departamento de Cultura municipal, donde confluían escritores de dudosas competencias literarias para adularse entre ellos.
Ante un numeroso auditorio, Gómez Sierra presentó en la Feria su “Decálogo de los Adoradores de las Simples Cosas”, en el que, en pocas palabras, plantea cómo hallar el sabor de la vida camino a la verdulería. Se transcribe aquí esa supina apología de la veleidad:
“1. Las simples cosas son las únicas imprescindibles en la vida.
2. Todo adorador de las simples cosas debe abominar de aquellos adoradores de lo complejo. Más de aquellos imberbes intelectuales que dicen que lo complejo se puede abordar de forma simple.
3. Por su simpleza, sigue vigente con toda su fuerza el principio ‘Dios, Patria y Propiedad’.
4. Una madre es la más adorable y simple cosa de la vida, por más que sus hijos anden matando gente en sus vacaciones, mientras ella practica yoga en su casa.
5. Nada más simple que la sociedad siga siendo manejada por los mejores. Y que ellos se queden con todo porque son los que más arriesgan.
6. El orden y la obediencia son valores supremos.
7. Lo que muchos llaman ‘Literatura’ es sólo veleidad intelectual. La mejor poesía es la que no se escribe jamás.
8. Un verdadero simpléfilo nunca piensa por sí mismo. No hay razón para tomarse semejante trabajo, si ya hay quien lo haga por decisión divina.
9. El eufemismo y la grosería son aborrecibles por naturaleza. ¿Por qué decir a alguien: ‘Pensá mejor lo que estás diciendo, necio’, si podemos recurrir a la simple y bella expresión: ‘Andá a cagar, hijo de puta’?
10. La contradicción no existe, y si se presenta ante el camino de un adorador de las simples cosas, lo mejor es negarla o pasar a otro tema”.

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12.6.08

La venganza

Como suele ocurrir con otras manifestaciones del arte, la Oleada de Sensiblería Masculina se vulgarizó, los textos sensibles fueron de a poco perdiendo su esencia y también calidad, y empezaron a circular escritos de tan bajo talante que bien podrían calificarse de ramplones y groseros.
La voz de alerta la dio la licenciada en Psicología Josefina Alvarado, que se presentó un día en la sede de la Asociación Caminos Escabrosos con una pila de opúsculos dedicados a ella, para denunciar el nuevo fenómeno.
La autora de Por qué decidí convivir con un pelafustán ya había advertido sobre los riesgos de la Oleada de Sensiblería Masculina en las Jornadas Anuales de Debate sobre Género “La integración de la mujer en los ámbitos de decisión de la sociedad actual. Nuevos paradigmas y desafíos en la actividad docente”, organizadas por la Nueva Asociación Feminista “Juana Hidalgo”, donde disertó sobre el tema “La maestra, ¿sigue siendo la segunda mamá?”.
La mayoría de los textos que Alvarado presentó como prueba contenía invitaciones a dar rienda suelta al deseo sexual, formuladas con un lenguaje guarango, repulsivo y hasta amenazador. Se transcribe aquí uno de ellos, aunque, por respeto a la licenciada, algunas palabras, las más indecorosas, fueron reemplazadas (son las que se destacan):
“Un atroz deseo de hacerle el amor me embarga cada vez que la veo. La imagino desnuda frente a mí, dispuesta a consumar conmigo el acto venéreo. No quiero asustarla, pero le advierto que, si la encuentro en la calle, no podré controlarme. Y, entonces, usted sabrá cuánto la amo”.
Textos de este tipo fueron dedicados no sólo a las mujeres dignas de amar, sino también a las demás, pero ni la Asociación Caminos Escabrosos ni Santiago Morante nada pudieron hacer al respecto.
Alarmadas ante la posibilidad de toparse con psicópatas, las mujeres prefirieron desalentar la Oleada de Sensiblería Masculina y refugiarse en la inocencia y candor comprobados del piropo. Algunas volvieron con sus antiguos amantes y otras, antes de consumar una relación amorosa, se aseguraban de que sus hombres se manifestaran como abiertos detractores de Santiago Morante.

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2.6.08

La mujer que se atribuyó un amor

La publicación del opúsculo de Morante tuvo otras sórdidas y disparatadas derivaciones. Las iniciales que el periodista estampó a modo de dedicatoria en la primera página del escrito generaron todo tipo de conjeturas y comentarios infundiosos.
El escritor Felipe Varela y sus seguidores montaron un contumaz operativo tendiente a develar la identidad de la muchacha a la que Morante dedicó el escrito, y, en el afán de dar con ella, al menos cinco mujeres quedaron bajo sospecha sólo porque sus iniciales coincidían con las de la enigmática dedicatoria.
Sin embargo, lo que más sorprendió y descolocó a Morante fue que una de las sospechadas dejó de tener trato con él porque, según confesaron allegados suyos, estaba convencida de que el opúsculo había sido escrito para ella y de que su autor era, cuanto menos, un psicópata.
El periodista le envió una nota a la joven: “No puedo confirmar ni desmentir que seas la mujer a la que dediqué mi opúsculo. No puedo confirmar ni desmentir aquello de lo que no estoy seguro”.

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