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30.5.08

Primer intento de refutación a Felipe Varela

Entre los primeros Testimonios de despechos que recopiló el periodista Santiago Morante para su Refutación a Felipe Varela se destaca el de un colega suyo, Sebastián Peralta, quien confesó que una vez le declaró su amor a una muchacha y ésta lo rechazó por ser él “demasiado inteligente”. Esa respuesta sorprendió a Peralta, para quien ciertos atributos como la inteligencia son la llave que abre el corazón de toda mujer.
Desesperado por hallar una explicación de su desgracia, Peralta consultó el opúsculo de Felipe Varela, Pensar no es sexy, donde el polémico escritor señala: “La inteligencia, lejos de provocarle desenfrenadas pasiones, invita a la mujer a la apacible consumación de una sublime amistad”. Y agrega: “Es mucho más frecuente escuchar a una mujer jactarse de las cualidades intelectuales de un amigo que de las de su amante, aun en el caso de que éste las posea”.
Aunque sin darle totalmente la razón a Varela, Morante admitía que son pocas las mujeres que se extasían ante la inteligencia. Con todo, el periodista documentó un caso. La poetisa Viviana Larrañaga, miembro del grupo La Vida es una Herida Absurda, le confió que una vez se enamoró de un hombre bien inteligente. Cuando el periodista le preguntó qué del muchacho la había deslumbrado, ella respondió: “Un día, me regaló un sándwich de milanesa”.

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22.5.08

La emulación

Una oleada de sensiblería provocó la publicación del opúsculo que el periodista Santiago Morante había dedicado a la mujer a la que nunca le confesó su amor. Muchas mujeres empezaron a reclamarles a sus amantes que les dedicaran escritos de ese tipo, como una forma de perpetuar su amor por ellas en unas pocas páginas.
Ante esa singular demanda, muchos hombres escribieron opúsculos como el de Morante para satisfacer a sus enamoradas o para conquistar a las chicas de sus desvelos, aunque también algunos, presas del resentimiento, lo hicieron para reprochar esa displicencia propia del amor no correspondido. Así, a poco de la publicación del opúsculo de Morante, ya circulaban tantos escritos como mujeres dignas de amar había.
La profusa producción de textos sensibles, conocida como Oleada de Sensiblería Masculina, alarmó al escritor Felipe Varela y a sus seguidores. Pensar no es sexy, la obra que consagró al epítome del pelafustán, descendió en ventas y en las librerías había una gran demanda de títulos como Compendio de palabras dulces, Catálogo de humillaciones de un enamorado, Breviario de un amor porfiado, Me envilecí para poder amarte, Por tu culpa conocí el Infierno y Me cansé de andar detrás de ti.
Cada uno de ellos estaba dedicado a una mujer, cuyas iniciales figuraban en la primera página, tal como en el opúsculo de Morante. Aunque se dio el caso de que al menos diez trabajos tenían en sus dedicatorias las mismas iniciales. Si bien pudo tratarse solamente de una coincidencia de letras, el asunto inquietó a sus autores.
La Oleada de Sensiblería Masculina provocó otras situaciones insólitas y dramáticas. Algunas mujeres abandonaron a sus amantes sólo porque sus escritos no estaban a la altura de sus expectativas y se mostraban dispuestas a entregarse a hombres con más talento en el arte de escribir.
A causa de esto, no fueron pocos los que se inscribieron en el curso acelerado de Redacción de Misivas que se dictaba en la Academia de Artes Pedantes, con el fin de adquirir en un santiamén las competencias básicas para redactar un texto. El curso incluía nociones elementales de ortografía y gramática, pero los que lo aprobaban egresaban de la academia con la convicción de que nada tenían que envidiar a Gabriel García Márquez. Ése era, después de todo, el objetivo de la institución: fomentar la ínfula. Así, los egresados del curso de taxidermia se sentían avezados cirujanos y los del de albañilería, distinguidos ingenieros.
Los poetas del grupo literario La Vida es una Herida Absurda, en cambio, recibieron todo tipo de propuestas amorosas sólo por su mal ganada fama de eximios literatos. El escritor Germán Serantes, por ejemplo, se consagró con sus Poemas escritos debajo de la cama, después de haber amado en secreto a la novia de otro de los miembros del grupo literario, aquellos viernes en que no asistió a las reuniones en el café Las Puertas del Averno porque debía cuidar a su pobre madre enferma.
En un intento desesperado por contrarrestar la incontrolable Oleada de Sensiblería Masculina, Felipe Varela llamó a un boicot contra los textos sensibles y reeditó su ya olvidado Manual del perfecto casanova, donde revela, en diez capítulos, cómo conquistar a una mujer con estrategias rayanas en la procacidad. Sin embargo, a poco de ser relanzado, el Manual... fue retirado de los mostradores de las librerías.
Los miembros de la Asociación Caminos Escabrosos sintieron que, por fin, su prédica había calado hondo en los corazones y en las mentes de los hombres. Su encarnizada lucha contra los pelafustanes había llegado a su punto culminante.

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La venganza de los necios

Los mejores escogen una cosa en lugar
de todas: gloria perpetua en lugar
de cosas mortales; pero la mayoría
es saciada como el ganado.

Heráclito

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19.5.08

Epílogo de amor

Santiago Morante, en una manifestación extrema de su condición de no-pelafustán, se propuso cierta vez seducir a una mujer sin confesarle jamás lo que sentía por ella. El periodista estaba convencido de que la omisión resultaba a veces más reveladora que una abierta declaración de amor.
Morante, al igual que los demás miembros de la Asociación Caminos Escabrosos, despreciaba el acoso como estrategia de seducción, pese a que la licenciada en Psicología Josefina Alvarado, en una entrevista con el periodista, admitió que toda mujer se mostrará inexorable hasta ver al hombre que la pretende convertido en un gasterópodo, como una forma de asegurarse de sus buenas intenciones.
Morante pretirió de las consideraciones de Alvarado y sólo incursionó en algunas insinuaciones inevitables, como invitar a la muchacha a tomar un café, regalarle flores y halagar su belleza.
El periodista consiguió salir dos veces con la chica, pero, decidido a cumplir con su objetivo, hizo un gran esfuerzo para no confesarle su amor y, en especial, para contener su deseo de abalanzarse sobre ella y robarle un beso.
Después de un tiempo de acechos modestos, Morante tomó distancia de la joven, a pesar de que su interés y su desesperación crecían a raudales. Entonces, resolvió dar el gran paso: escribió un opúsculo para dedicárselo a la muchacha, su musa inspiradora.
El periodista nunca supo si ella leyó alguna vez el escrito, ni si, de haberlo hecho, advirtió que las iniciales estampadas en la primera página eran las suyas.
Lo de Morante puede ser calificado por no pocos de patético. Sin embargo, los hombres nobles eligen siempre los caminos más escabrosos para alcanzar sus metas. Quizás los pelafustanes no alcancen a entenderlo.

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El pelafustán en el trabajo

Los miembros de la Asociación Caminos Escabrosos consideraban que el pelafustán alcanza su máxima expresión en el trabajo, ámbito en el que, como en el matrimonio o el concubinato, afloran las peores miserias humanas. Lo definen así: “Sin tener autoridad, es un duro crítico de sus pares y se pone a sí mismo como ejemplo; busca todo el tiempo ascender en la escala jerárquica, es adulador de sus jefes y recurre a efectivas triquiñuelas para ocultar su holgazanería. En rigor, el pelafustán es servil, rastrero, obsecuente y alcahuete”.
El periodista Santiago Morante escribió un artículo sobre cómo se desempeña un pelafustán en el trabajo. Titulado con escaso ingenio y exagerado dramatismo Usted puede ser víctima de un pelafustán, el escrito reseña las trampas laborales más frecuentes de este singular personaje. Se rescata aquí una de las frases más significativas: “El pelafustán hará todo lo posible para llegar más tarde e irse más temprano (del trabajo). Y, peor aún, en esas pocas horas de permanencia, hará también todo lo posible para trabajar menos, cuando no, para no hacerlo”.
Pero, sin dudas, el párrafo más revelador es el siguiente: “El pelafustán aparece siempre ocupado. En realidad, no está ocupado; simula estarlo. Si usted en su trabajo ve a alguien que va de un lado a otro sin razón, con el rostro desencajado, como si le hubieran avisado que lo peor está a punto de suceder, si no es el jefe, es un auténtico pelafustán”.
El trabajo de Morante contempla, además, 34 tipos de pelafustán según su desempeño laboral. El número, sin dudas, resulta excesivo, pero Morante prefirió caer en la reiteración y la redundancia con tal de impresionar a través de la cantidad. Con todo, el mérito del periodista radica en que todas las categorías establecidas empiezan con “p”.
Se seleccionaron para este manual sólo tres, ya que las 31 restantes confluyen de algún modo en ellas: el pelafustán “pedante”, que se jacta de sus supuestas competencias, pone siempre la “experiencia” por encima del conocimiento académico y justifica que él está donde está por decisión propia, porque bien pudo haber estado en la NASA. El pelafustán “pérfido”. Su fin es perjudicar a los demás y sus medios son la alcahuetería, el chisme y la adulación. En general, es una persona amable, atenta y cordial, pero oculta tras esas virtudes el puñal con el que asestará todo tipo de traiciones. Y, finalmente, el pelafustán “pilatos”. Su nombre lo dice todo.

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2.5.08

El pelafustán y los avatares de la vida

Decían en la Asociación Caminos Escabrosos que el tiempo parece detenerse cada vez que uno tiene el infortunio de toparse con un pelafustán ansioso por comentar lo que le pasó en las últimas 24 horas. El pelafustán, dotado en la mayoría de los casos de una locuacidad extraordinaria, es capaz de otorgar a los avatares más cotidianos de la existencia humana la magnificencia propia de las odiseas.
Los miembros de la Asociación, por el contrario, hacían del silencio y la omisión un verdadero culto. Estaban persuadidos de que nada de lo que les ocurría tenía la suficiente trascendencia como para ser tema de comentario y mucho menos de jactancia.
En cambio, el pelafustán, desprovisto de todo apego a la prudencia, se jacta hasta de aquello que los demás ocultan por vergüenza, y tiñe sus más sórdidas experiencias con el color de la aventura.
Así, es habitual que el pelafustán plantee todo ejercicio de catarsis como si fuera una competencia. Cuando alguien confiesa “hoy tuve un mal día”, el pelafustán reacciona sin contemplación: “Me vas a decir a mí que...”. Y comienza, sin el permiso de sus interlocutores, una tediosa exposición de sus desgracias.

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