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26.4.08

El pelafustán y las mujeres

Es en el terreno de la conquista donde el pelafustán resulta irredimible. Es frecuente que una mirada casual de una mujer sea para él la invitación clara a dar rienda suelta al deseo sexual o una declaración de amor incontenible.
Los miembros de la Asociación Caminos Escabrosos se animaron a confesar más de una vez que jamás habían sido blanco de una mirada femenina tan reveladora. Y hasta se animaban a decir que nunca habían conocido a mujeres con tanta capacidad de trasmitir ocultas pasiones a través de sus ojos. Santiago Morante fue más allá: reveló que si algo pudo percibir en la mirada de una muchacha, eso fue desprecio.
En general, el pelafustán tiene éxito con las mujeres. La mayoría de las veces, sus conquistas están precedidas de frecuentes cortejos emparentados con el experimento del perro de Pavlov y de otras innumerables situaciones humillantes.
A los no-pelafustanes les cuesta más alcanzar ese objetivo, y no son pocos los casos en que, desilusionados de la dama que los desvela, abandonan todo intento de conquistarla porque, para ellos, es preferible renunciar a un amor antes que perder la dignidad para siempre.
¿Son los pelafustanes, entonces, seductores irresistibles? Quizá la respuesta a este interrogante la dé la licenciada en Psicología Josefina Alvarado, autora del libro Por qué decidí convivir con un pelafustán, que afirma: “Después de todo, la mayoría de los hombres sólo sirve para darnos hijos y, en cierta medida, protección. La satisfacción intelectual y sexual deben buscarse fuera de casa”.
La frase fue extraída de una disertación de la autora del libro en la Asociación Feminista “Juana Hidalgo de Machado”, entidad de la que surgió, años después de su creación y por diferencias internas, la Nueva Asociación Feminista “Juana Hidalgo”.
Aunque categórica, la afirmación de Alvarado no agota la discusión sobre el tema. Bien podría pensarse que, si las mujeres eligen a los pelafustanes como esposos o parejas, los no-pelafustanes están destinados a ser amantes u objetos de saciedad intelectual, o ambas cosas a la vez. El asunto no es tan simple. El periodista Santiago Morante no pudo comprobar caso alguno, quizá porque los no-pelafustanes, a diferencia de los pelafustanes, son lo suficientemente reservados y humildes como para admitirlo.

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