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9.7.08

Epílogo

Un día me propuse hallar a Santiago Morante. Me entusiasmaba cada vez más la posibilidad de penetrar en su mundo, tildado de siniestro por algunos y de ingenioso por otros. Aunque, hay que decirlo, para una gran mayoría el mundo de Morante no era ni una cosa ni la otra.
Para ese entonces ya había leído Pensar no es sexy y el Manual del perfecto casanova, de Felipe Varela; Por qué decidí convivir con un pelafustán, de Josefina Alvarado; Poemas escritos debajo de la cama, de Germán Serantes; el artículo del atribulado periodista Usted puede ser víctima de un pelafustán, su eximia Refutación a Felipe Varela, Quién entiende a las mujeres y, claro está, el opúsculo que dedicó a la mujer a la que nunca le confesó su amor.
Me costó mucho hallarlo porque, tras la malograda Oleada de Sensiblería Masculina y la disolución de la Asociación Caminos Escabrosos, Morante se refugió en Ese Lugar Adonde Suelen Ir Los Incomprendidos.
El día menos pensado, lo hallé. Quizá, la suerte me empujó hasta él o, quizá, mi empeño por encontrarlo. No estaba seguro. Sin embargo, cuando estuve frente a él, en lo que dura un destello, comprendí todo: si no hubiera escrito el Manual básico del pelafustán, jamás habría conocido a Morante ni su secreto aposento.
Allí, el atribulado periodista me dijo: “El fracaso es a veces consecuencia de un gran error, pero también suele ser el resultado de un gran acierto. En uno y otro caso, el fracaso sólo sirve para confirmar que, pese a todo, no nos hemos equivocado”.

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