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31.7.13

La maldición del martes


La maldición..., en la revista Ragnarök.  

La revista Ragnarök, que se edita en Corrientes, publicó en su último número (julio de 2013) La maldición del martes. Se reproduce aquí el texto, que forma parte de Sin asunto (antes, Ninguno). 

Para muchos, el domingo es el peor día de la semana. Se dice que, a cierta hora de la tarde, la tristeza suele retar a todos al peor de los duelos. Solamente los hinchas de fútbol parecen hallar regocijo ese día. Sin embargo, después de recopilar en La Posada del Fracaso opiniones acerca de los días de la semana, el periodista Santiago Morante descubrió el carácter fatídico del martes.
Independientemente de la maldición del martes 13, una superstición ya poco respetada, para Morante, el tercer día de la semana está signado por desencuentros, abandonos, estafas, pérdidas de objetos valiosos, desengaños, traiciones y un sinnúmero de calamidades más.
Morante escribió un opúsculo donde, a modo de introducción, hace consideraciones mitológicas y astrológicas acerca del martes. Y define: “El martes es el día en que los calamitosos hijos de la Noche salen por el mundo a hacer de las suyas. Thánatos, Némesis, Apaté, Eris, Lete y sus despiadados hermanos arremeten con todo y dejan a su paso un tendal de víctimas”.
El atribulado periodista recuerda a Robert Graves, el estudioso de los mitos, cuando menciona que los astrólogos griegos clásicos adjudican los siete planetas conocidos en la Antigüedad a Helio (Sol), Selene (Luna), Ares (Marte), Hermes (Mercurio), Zeus (Júpiter), Afrodita (Venus) y Cronos (Saturno), cuyos equivalentes latinos –entre paréntesis– todavía dan el nombre a las semanas francesa, italiana y española.
Así, asocia el carácter impetuoso, ebrio y pendenciero de Ares, el dios de la Guerra griego (Marte, para los romanos), con el martes, sin dejar de lado la nefasta influencia de su hermana gemela Eris o Éride, la Discordia y madre de Lete, el Olvido. 
Pero lo más sustancioso del trabajo de Morante  es la recopilación de hechos desgraciados ocurridos un martes. El capítulo se llama así, Hechos desgraciados ocurridos un martes. Se transcriben a continuación algunos de ellos:
–El escritor Germán Serantes fue abandonado por su gato un martes. Después de eso, Serantes ya casi no pudo escribir nada interesante, aunque, para la mayoría, no lo había podido hacer aun antes de la desaparición del felino.
–La poetisa Viviana Larrañaga tuvo el desengaño de su vida un martes. Descubrió que el hombre inteligente de quien se había enamorado estaba registrado en un sitio web para encontrar pareja, y entonces comprendió por qué él había dejado de regalarle boletos de colectivo con frases célebres y ejemplares del boletín Prensa Obrera, como muestra de su cariño.
–El escéptico Miguel Méndez Mendíaz descubrió un martes que la mujer de quien se había enamorado perdidamente amaba al dinosaurio Barney.
–El profesor en Letras José Luis Gómez Sierra se fracturó el tobillo derecho un martes. Se resbaló en la vereda de una carnicería donde pretendía comprar milanesas. Nunca pudo entrar en el negocio, porque terminó en el sanatorio de enfrente.
–Al periodista Sebastián Peralta le robaron la billetera con 5 pesos un martes, cuando fue a cubrir un acto de la UCR, en el comité de la calle López y Planes.
–El licenciado Octavio García Durán olvidó un martes ir a la presentación de su libro Virgilio era gay y perdió la oportunidad de sentarse al lado de la esposa del gobernador.
– La Asociación Feminista “Juana Hidalgo de Machado”, por diferencias internas, se disolvió un martes. Surgió entonces la Nueva Asociación Feminista “Juana Hidalgo”.
–El polémico escritor Felipe Varela escribió durante 40 martes su opúsculo titulado La magia del martes.
Tanto fue el impacto del opúsculo de Morante en los poetas de La Posada del Fracaso que, desde La maldición del martes, ninguno de ellos volvió a quejarse de sus  infortunios, como el que le tocó vivir al profesor Gómez Sierra, que dejó su departamento del centro y se mudó a la periferia de la ciudad después de tres años de ver pasar, desde la ventana del tercer piso, a la colegiala de la que se había enamorado perdidamente y, ya instalado en su nueva casa de barrio, no pudo dejar de verla todos los días de clase, por otros tres años más, en el mismo colectivo de la línea 108 que él abordaba para ir a trabajar al centro.   

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